ESPN.-"La gente le tenía miedo. Éramos sus compañeros y le teníamos miedo. El factor miedo de Michael Jordan era gigantesco", dice Jud Buechler, ex compañero de Su Majestad en Chicago Bulls, en el capítulo 7 de The Last Dance. "Que no se malinterpreten mis palabras: Jordan actuaba como un imbécil, cruzaba la línea muchas veces, pero a medida que pasa el tiempo y uno reflexiona sobre lo que él estaba tratando de conseguir - bueno, ahí uno piensa, era un compañero enorme", agrega Will Perdue. Y a eso, se agrega, como bien se explica en el documental, el constante hostigamiento a Scott Burrell, la famosa pelea con el diminuto Steve Kerr en una práctica que terminó con un golpe en el rostro al ahora entrenador de los Golden State Warriors, y las frecuentes chicanas hacia todos sus compañeros, incluyendo, por supuesto, al célebre Scottie Pippen. Este proceder hostil de Jordan no es el único camino posible para llegar a Roma y las pruebas de esto están, por supuesto, en los resultados: hay equipos, como el de Su Majestad, en el que son todos para uno, y otros célebres en el que la lógica es todos para todos. ¿Acaso MJ estaba equivocado en su proceder? Sería un disparate decir que sí, porque los seis campeonatos hablan por sí solos. Su metodología severa le permitió colocar su apellido en el Monte Rushmore de la Liga, ya que sumado al éxito sostenido de los Bulls como franquicia, se le agregan los méritos innumerables de Jordan, que lo empujaron a ser considerado por muchos -con justa razón- el mejor basquetbolista de la historia. Nadie gana sin someterse a un régimen estricto de trabajo, conducta y esfuerzo. También un líder exitoso debe, por supuesto, tener aptitud, talento y tolerancia a la presión. "No te pediré absolutamente nada que yo no haya hecho previamente", dice a modo de desahogo, conteniendo las lágrimas, MJ en el cierre del capítulo 7. Y es así, su voluntad empujó, convenció, arrastró y permitió extender límites a jugadores que seguramente sin él no hubiesen alcanzado semejante rendimiento. Pero también es verdad que tras su primer retiro en 1993, algunas piezas de reparto supieron dar un paso adelante, incluyendo, por supuesto, a Scottie Pippen como arma principal y a Toni Kukoc como ladero de lujo.
La búsqueda extrema de la perfección de Jordan, apoyada en su adicción obsesiva al triunfo, no le permitió reparar en las formas con su entorno. Para él, el hostigamiento y el embate a sus compañeros fueron parte de una rutina diaria, artilugios mentales que sirvieron para preparar a la tropa para circunstancias de presión extrema. Jordan siempre necesito un enemigo -interno o externo- para encender la chispa: Jerry Krause en las oficinas, y los Chicos Malos de Detroit, los Knicks, George Karl, Reggie Miller y tantos otros dentro de la cancha. Phil Jackson, catalizador de excelencia, siempre supo cómo manejar esta clase de egos y su Laissez Faire funcionó sin fisuras.¿Está bien o está mal entonces el enfoque de Jordan? Si el fin justifica los medios, no hay nada para discutir, porque ganó absolutamente todo en sus años de madurez. Si pensamos que existen otros modos de alcanzar el éxito, entonces deberíamos al menos revisar esa metodología. La otra gran escuela de líderes es la de todos para todos. Y en ese sentido, deberíamos pensar en el respeto del prójimo como piedra fundacional de todo lo que vendrá después. Decía Bill Russell, campeón once veces con Boston Celtics, siendo el jugador más ganador de todos los tiempos: "La medida más importante de qué tan bien jugué un partido es ver qué tan bien hice jugar a mis compañeros de equipo". Recordemos que Russell se destacó, en su carrera, por su increíble defensa y por ser la némesis de uno de los internos más dominantes de la historia: Wilt Chamberlain. Poder dar un paso atrás para que otro de un paso adelante es una virtud de liderazgo que ha sido propiedad de los estadistas del juego. En la NBA moderna, hay dos casos de análisis relevantes que merecen ser revisados: el primero es Tim Duncan y el segundo es Kahwi Leonard.
La premisa de todos para todos permite, a diferencia de la otra escuela de liderazgo, confeccionar cultura de equipo primero y de franquicia después. En otras palabras, el mensaje está por encima del mensajero y trasciende su sola presencia. Los San Antonio Spurs no ganaban por Duncan; ganaban CON Duncan, que es algo completamente distinto. Y cuando él ya no pudo estar dentro de la cancha, la franquicia absorbió su esencia de conducción y la hizo propia con los talentos que lo continuaron. Una frase famosa de él merece ser rescatada: "Tomé menos dinero para que podamos seguir siendo competitivos y podamos ganar campeonatos. De eso se trata todo esto". ¿Quién empezó con la cultura deportiva moderna de los Spurs? ¿Duncan o Gregg Popovich? Fue un trabajo mancomunado, pero sin la maleabilidad que le permitió el gigante de Islas Vírgenes a su entrenador, nada de todo lo que finalmente ocurrió hubiese sucedido. Leonard, otro genio silencioso, absorbió los poderes de Duncan y sin hablar (literalmente, sin hablar) exhibió su patrón de conducta. Más allá de su salida de San Antonio por la puerta trasera, el mensaje de la cultura de trabajo, el esfuerzo y el pensar en el otro, le permitió triunfar en Toronto Raptors brillando él pero sobre todo permitiendo brillar al resto. En definitiva, en el apogeo de The Last Dance, bien vale confirmar que no existe un único método para conseguir las cosas. Sin dudas, lo que logró Jordan con los Bulls ha sido maravilloso e inolvidable. De hecho, no conozco a ningún jugador de la era moderna que se haya ni siquiera acercado a sus conquistas, y nada ni nadie borrará su legado ni la admiración que todos tenemos por él. Pero los tiempos cambian, los patrones se modifican y los equipos evolucionan. ¿Todos para uno? ¿Todos para todos? Elige tu propio camino. Las cartas, entonces, están sobre la mesa.
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